Era un ser taimado, perverso y enamoradizo. Capturó cientos de luciérnagas, las atravesó con sendos alfileres y las clavó en los márgenes del camino, para que ella no tropezara en la noche. Nunca entendió por qué no volvió a visitarlo.
Uno de los tres microrrelatos con los que participé en la final de la VII edición de las microjustas literarias de la web Ocio Zero, y que me ayudó a ganarla. El tema principal era la soledad, y la premisa, que solo podía (y debía) aparecer una "i" en todo el texto. i
Una norma cruel no me deja gozar junto a las otras. Todas, hasta «k» y
«w», están presentes. Soy una extraña. «Tú das nombre al relato —tratan
de consolarme—, ¡eres una estrella!» Una estrella… Y como ellas, tengo que conformarme observando al resto de letras desde lo alto. Sola.
Abrigo largo, sombrero ancho y espantosa máscara —de ojos de vidrio y pico de pájaro— cubriéndole el rostro. Negro como graznido de cuervo. Llegó antes que las noticias de la epidemia que buscaba, pero aquí no la encontró. Al poco de marcharse empecé a notar escalofríos.
La turba
se agolpa tras el muro de la fortaleza. Ajenos a ello, los privilegiados de
dentro disfrutan de sus lujos, ignorando que el único de los siete pecados
capitales que no han cometido nunca está a punto de condenarlos.
Todos esos satélites,
cohetes y estaciones orbitales que se lanzaron al exterior del planeta,
provocaron que su masa fuera reduciéndose lenta e implacablemente. Y mientras
al hombre sólo parecía importarle lo que ocurría en el espacio sideral, la Luna
fue separándose de la Tierra hasta perderse entre las estrellas.