Al ver que se abría la puerta, la chica salió en un santiamén, desorientada
y con un velo de niebla en los ojos. Tiritaba con violencia, provocando que la
escarcha que cubría su piel escapara de su cuerpo desnudo. Empezó a recuperar
la vista para toparse de frente con la mirada de su anfitrión, tan oscura como
una noche eterna. Escapó de ella dirigiendo los ojos hacia abajo. Sus pechos,
otrora hermosos, tenían un aspecto horrible. Estaban morados y con los pezones
tan duros a causa del frío que pensaba que podrían romperse al mínimo roce.
—¿Yaaa… esss… tá? —pareció sonar entre el castañeo de
sus dientes.
Él no respondió. Le puso el termómetro a escasos
milímetros de la frente y midió su temperatura corporal: veinticuatro grados.
—Solo cinco minutos más, querida, en verano me gusta
un poco más fresca —se relamió el vampiro mientras la metía de nuevo en la
cámara frigorífica.